El diario El País informaba ayer sobre un debate ocurrido en el Instituto Francés de Madrid. La premisa del mismo era: ¿puede la sociedad civil sustituir parte del Estado a través de la filantropía o la donación solidaria? ¿Es esa la solución a la crisis del Estado de bienestar? Antes de continuar con nuestro argumento adelantemos que, a mi parecer, y basado en hechos históricos, la respuesta es que sí es una solución viable. A lo que hoy se le llama ‘filantropía’ o ‘donación solidaria’ es lo que en la terminología de la jurisprudencia islámica (fiqh) se llama ‘waqf’ (awqaf, en plural) y que ha constituido la base de servicios sociales de numerosas sociedades islámicas. El efecto de esto es una descentralización del poder del estado, lo que se traduce en menor control y mayor libertad para el individuo.
Pues bien, a dicho debate acudió el filósofo Guy Sorman, autor de un libro (El corazón americano; título curioso, cuanto menos) que trata la misma premisa y que dio pie a este debate. Estuvo acompañado por Jorge Lagos, editor y miembro de Podemos, y por Juan Luis Cebrián, director de Prisa y EL PAÍS (y lo que probablemente hizo que este debate pasará de estar relegado a las páginas de cultura a estar en una de las primera páginas de actualidad –en una impar, las que más se leen en un diario-, por suerte para nosotros). El moderador del mismo fue el también filósofo Juan Luis Villacañas.
Como no es mi intención analizar las conclusiones del debate (que podéis leer aquí) sino añadir a estas un punto de vista diferente, las resumiré brevemente diciendo que mientras que para Sorman el modelo a seguir es el americano (de ahí el título de su libro) en cual la filantropía supone el 10% del PIB y ayuda a paliar las deficiencias del Estado, para Cebrián y Vicañas no lo es, dado que apoyan el ‘Estado de bienestar’, niegan que esté en una crisis definitiva y defienden que es la centralización a través del fisco lo que dará la capacidad de afrontar los años venideros.
Me gustaría empezar citando el diario Wall Street Journal. En un artículo publicado el día 2 de octubre de 2011 y titulado Cómo lo billonarios pueden construir puentes hacia la clase media, se argumentaba que dado que los 400 americanos más ricos tiene una riqueza estimada de 1.53 trillones de dólares (trillones ingleses, en 2011) estos deberían invertir en infraestructuras civiles para crear empleo; de ahí el título ‘construir puentes’. Y, además, citaba a la sociedad otomana como un buen ejemplo:
“Hay un precedente: la Turquía de la era otomana no tenía presupuesto para proveer algunos servicios básicos. Para cubrir este vació más de 35.000 fundaciones privadas, conocidas como vakif en turco [vakif es la pronunciación turca de waqf], costeaban trabajos públicos y servicios municipales, desde sistemas de agua y hospitales a escuelas, puentes y carreteras. Muchas fundaciones modernas turcas han continuado proveyendo infraestructuras tradicionales –la fundación Sabanci, por ejemplo, ha construido más de 120 escuelas, hospitales, bibliotecas, orfanatos y otras utilidades-. Estos bienes son después transferidos a ministerios estatales que los administran”. (Fuente)
Para no alargarme demasiado, dado que existe una gran cantidad de literatura académica al respecto, definamos brevemente lo que es un waqf (aquí os dejo el link de un artículo que trata de la importancia de los awqaf en la sociedad otomana).
Waqf, de acuerdo a la jurisprudencia tradicional islámica, es, en la definición del Qadi Abu Yusuf : “Poner el cuerpo de una propiedad fuera de nuestro dominio para traspasarlo hasta el Día del Juicio a la propiedad de Allah, dedicando su usufructo al beneficio de otros”.
Hemos de mencionar que no solo se daba esta práctica en la sociedad otomana sino que era transversal a la sociedad islámica. Por ejemplo, cuando los franceses colonizaron Argelia, se dice que cerca del 60% de las tierras eran awqaf. También es famoso el ejemplo en que cual Sultán Abdulhamid II se niega a vender palestina a los ingleses puesto que, según dice su carta, esa propiedad no es suya, sino un waqf.
El concepto del waqf está fuertemente arraigado en la tradición de los musulmanes y tiene su comienzo con un hadiz (dicho o hecho) del profeta, que la paz sea con él, en el cual sugiere a Umar Ibn Al Jattab que constituya el terreno de Jaibar como un waqf.
En la situación actual, a pesar de lo que algunos digan, el ‘Estado de bienestar’ está pasando por una grave crisis. Simplemente miremos el ratio del PIB con la deuda pública en la mayoría de los países occidentales (donde se supone que este ‘bienestar’ está más arraigado), y, aunque sé que este no es el único indicador, es preocupante cuanto menos. O miremos a las pensiones; son ya muchos los que dudan que después de años aportando vayan a recibir algo una vez jubilados (y con razón lo dudan). Tanto es así que en la serie House of Cards, Kevin Spacey, actuando como presidente de los EE. UU., y en campaña para su reelección, decide que la mejor manera de hacerlo es ‘cargándose’ el estado de bienestar. Y como dice el refrán, la realidad supera a la ficción.
Es por esto que, como bien argumenta el diario Wall Street Journal, los países occidentales (y digo occidentales puesto que es en los que más establecido está el estado de bienestar) harían bien en promover esta tipo de instituciones. Aunque claro, no pueden forzar a los ciudadanos a hacerlo, y, para que estos lo hiciesen por su propia voluntad a un nivel significativo, sería necesario un cambio de filosofía respecto a lo que es la propiedad privada, la riqueza e, incluso, el sentido de la existencia.
El efecto en el individuo de una sociedad basada en este tipo de instituciones para los servicios sociales básicos (sanidad, educación, comedores sociales, etc.) es que lo hace menos dependiente del estado. En consecuencia, el estado tiene menos control sobre las personas, lo que se traduce en una mayor libertad individual. Se elimina la figura paternalista del estado.
Dada la coyuntura actual en la cual nuestras libertades individuales son constantemente recortadas (económicas, de libre movimiento, e incluso de pensamiento) una sociedad con menos control estatal ha de ser necesariamente positiva para el individuo, no así para la figura del Estado.
Pero es que claro, en el corazón de este debate lo que yace es en qué tipo de sociedad queremos vivir y cómo nos enfrentamos a la existencia. Y eso no es algo que se resuelva en el transcurso de una tarde.
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