Vivimos en un mundo que es difícil de comprender. Son demasiadas las cosas que pasan a nuestro alrededor, que requieren nuestra atención, como para poder atenderlas todas. De todas partes nos surgen preguntas que incitan a buscar una respuesta; y mientras intentamos encontrar estas respuestas nos vemos sobrepasados por nuevas preguntas. No encontramos el tiempo de responder a una cuestión cada vez, sino que con la atención dividida en varias cosas vamos saltando de enigma en enigma sin realmente encontrar la solución a ninguno. Y al cabo del tiempo las preguntas por responder son tantas que nos sobrepasan y desistimos. Desistimos, metemos barbilla y continuamos con nuestro día a día con un bolsa cada vez más llena de preguntas sin respuesta.
Una bolsa que arrastramos torpemente y que nos lastra.
Somos como la persona que empieza a leer muchos libros al mismo tiempo pero que no acaba ninguno. Empieza uno y a la mitad lo deja en la mesilla de noche. Luego empieza otro y vuelve a hacer lo mismo. Hasta que llega un momento en el que cuando mira a la pila de libros acumulados se siente incapaz de terminarlos todos y simplemente desiste de su propósito. Al no saber por cuál continuar no coge ninguno y al no querer añadir nuevos títulos a la colección de libros olvidados no empieza ninguno nuevo. Y así le pasan los días.
Y así nos pasan los días.
Uno tras otro.
Sin darnos cuenta de que cada libro olvidado, cada pregunta abandonada, es un pedazo de nuestra vida que estamos dejando que otros solucionen. Y luego, cuando no estamos contentos con las soluciones, nos preguntamos por qué.
Y la verdad es que la mayoría no estamos satisfechos con las respuestas prefabricadas. Es como la comida precocinada; un día la comes porque es conveniente, pero cuando se convierte en un hábito la comida te llena pero no te satisface. Aún así sigues yendo al supermercado y, cuando enfrentado a la decisión de si comprar ingredientes para cocinar o un plato precocinado, sigues eligiendo lo segundo. Porque cocinar requiere un tiempo y un esfuerzo que no estás dispuesto a poner. Porque en apariencia es lo mismo. Pero en el fondo sabes que la diferencia es abismal. No se trata de comer por satisfacer una necesidad orgánica, si así fuese hay muchas manera más rápidas y eficaces de hacerlo, sino de comer por satisfacer una necesidad existencial.
Y es solo cuando la comida te hace feliz que te das cuenta de esto.
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